martes, 15 de septiembre de 2009

LA FAMILIA MICHELSON. Poway, San Diego


Desayuno con los tíos de Anna, Don y Barbara en Poway


11-09-2009. POWAY, San Diego, California.

El viernes, en el momento en el que escribo, nos hemos despertado a las 7,30 de la mañana. Hemos desayunado (té, zumo de naranja, y una galleta de chocolate), o lo que es lo mismo, un “mid-morning snack”, y estamos preparándonos para salir por los alrededores de Poway, antes de visitar a los abuelos de Anna.

Don y Barbara no madrugaron mucho aquel el 11 de septiembre, fatídico en 2001 y que en muchos aspectos cambiaron las relaciones internacionales. Aquí, nada extraño noté aquél día de triste efemérides.

Salimos a desayunar o almorzar (me lío con los horarios aquí), no recuerdo, aunque parece que fue almuerzo (lunch), cuando yo pensé que era un desayuno copioso. Una ensalada de pollo, fue pués, mi almuerzo, en un restaurante de Poway.

Los abuelos Michelson

Al rato fuimos a visitar a los abuelos de Anna, Ralph y Micki Maj, el primero con ochenta y pico años, y la segunda con 86. Su casa se encuentra en una ladera, vigilada a la entrada por una enorme bandera de los EE.UU. Que sobrevuela un porche donde se encuentran tres coches de los años 60 y una caravana que hace las veces de cocina, a falta de tiempos mejores. La casa es de una sola planta, con varias habitaciones donde el tiempo parece que no ha pasado, si no fuese porque ya tienen biznietos los abuelos. Retratos y fotografías de toda la familia salpican unas paredes débiles, orgullo de la arquitectura de clase media en los años 60, junto a un rosario de imágenes religiosas donde Jesús era el protagonista, junto a una gran Biblia que custodiaba la entrada de la vivienda. Detrás, un jardín, con piscina, pues las tardes de verano aquí son tórridas, calurosas, de clima mediterráneo. Dos pinos y algún que otro árbol son lo que quedan de lo que en su día sería una bosque de coníferas.


La abuela y yo

Su abuela nos recibió sin sorprenderse, como si nos estuviera esperando, y su abuelo, tras un fuerte apretón de manos, siguió contando pastillas de esas, que con la edad, tienen sus propios horarios.

Barbara insistió en enseñarnos el repertorio familiar apuntillado en las paredes. Cinco hijos daban para mucho, y según afirmaba la abuela, creía tener 27 descendientes, entre nietos y biznietos, aunque era imposible acordarse de todos los nombres. Anna parecía especial para ella. De hecho, muchos veranos los pasó allí, y fue en San Diego, donde cursó también estudios.


Vista de la casa de los Michelson

Micki es una Señora mayor con mayúscula, de origen sueco, y con unos ojillos azules, que en otro tiempo fueron hermosos. Su abundante pelo albino, es el recuerdo de un maizal de antaño, pero no por ello con menos carácter. Es de talla alta, erguida, que solo se quiebra para enderezar una pierna que tiene lastimada por un accidente doméstico. Parlotea y bromea con frecuencia, pese a estar Dios siempre presente en sus conversaciones. No hicimos “malas migas”, salvo cuando hablábamos en español, y ella se “enfadaba” de no entendernos.


Anna y su abuela

Ralph, Ralphi, para la abuela, es un hombre robusto, alto, no muy expresivo, con una poblada cabellera, donde todo se encuentra ordenado, unas cejas pobladas de pelo negro y unos ojos vivos escondidos detrás de unas gruesas gafas que cubren gran parte de los pómulos. Se mueve con ligereza entre los recuerdos de la casa. Cuando levanta los brazos, parecen dos mazas que te fuesen a golpear. Manos y brazos fuertes, que en otro tiempo sirvieron en el ejército y que ahora cuentan pastillitas en la cocina.


El coche la abuela Michelson

En eso, que llegó Gary, el segundo de los hijos, que según Anna, se parece más bien a un mejicano, en vez de un descendiente sueco. Parlanchín y bromista, repetía constantemente varios “palabros” en español, donde no faltaba el “andele, andele, ...”. Tipo simpático éste.

Tras haber estado un buen rato en casa de los abuelos, salimos de compras, no sin antes haber quedado para ir a cenar por la noche, todos juntos, a un restaurante mexicano.

Ya en el restaurante mexicano, abuelos incluidos, no pude resistir la tentación de pedirme un burrito de carne asada en su salsa. Dos XX, como refrigerio, saciaron mi sed.

Cenando en el mexicano

Así pasamos nuestro día en Poway, después de que los mexicanos que regentaban el lugar, con curiosidad manifiesta, me preguntasen por mis orígenes, al no haber conocido nunca a un español por esas latitudes, pese a que fuimos los primeros entre los blancos, allá por el siglo XVI, que pisaron estos lugares.


Los abuelos Michelson y su "chile relleno"


A las 21,00 horas dormíamos plácidamente.


Mi "burrito" y "Dos XX"

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